jueves, 1 de diciembre de 2011

Reducción o sometimiento de los Indios Motilones


Reducción o sometimiento de los Indios Motilones
Tomado del libro DEL ANTIGUO CÚCUTA  de Luís Febres Cordero F.



Entre los conquistadores que acometieron la empresa del sometimiento de los Motilones, se cuenta en primer término el capitán Francisco Fernández, vecino de Pamplona, que en el año de 1566 expedicionó por las tierras que habitaban, teniendo algunos encuentros reñidos con varias parcialidades indígenas —Orotomos, Carates, Palenques, Motilones— hasta el año de 1572, en que como coronamiento y cima de su empresa, fundó la ciudad de Ocaña, nombre que prevaleció sobre el de Santa Ana, primero de la localidad.

También en 1583 Alonso Esteban Ranjel, fundador de Salazar y Maese de Campo del Gobernador de la Grita, Francisco de Cázares, comisionado para su pacificación, persiguió a los Quiriquíes y Motilones y allanó el paso de las minas de oro de la boca del Guira. Tal parece que la tribu, vencida por la superioridad de las armas, pero llevando en el alma el odio a la raza invasora, se refugió en las selvas del Catatumbo y del Zulia, invocando tal vez en estos nombres, demanda de protección y auxilio a antiguos guerreros que los habían llevado. Después de Alonso Rangel, el desfile de nuestros conquistadores no es numeroso: a principios del siglo XVII cesa el período de la Conquista propiamente dicha y empieza el que pudiéramos llamar de la Reducción, cuando ya había calmado un tanto la fiebre de las minas y mitigándose con ello el pábulo de la codicia.
Los Motilones permanecían irreductos: no habían admitido la nueva civilización, y el eco de ella llegaba a sus ignotas viviendas como un poema de épica violencia y turbulenta ferocidad. Fray Pedro Simón, que historía en 1626 habla de la tribu de los Palenques, llamada de modo tal «por tener de éstos, cercados sus pueblos en defensa de las continuas guerras que traían con los Motilones, gente belicosa, en la culata de la laguna de Maracaibo, a la boca del río Zulia, que hoy están sin conquistar».

Se necesitó casi un siglo para que otro hombre atrevido, Antonio Jimeno de los Ríos, en 1648, viniese a pacificar las parcialidades de los Chinatos y Lobateras de la nación de Motilones: larga y cruenta fue esta guerra, que el castellano, puntilloso aunque de letras escaso, sostuvo contra los indígenas durante varios años, hasta el de 1662, en que fundó el pueblo de San Faustino, con el apellido de los Ríos, por la casual coincidencia de que allí ya es uno solo el volumen de aguas del Táchira y del Pamplonita, lo que le favoreció para perpetuar así su nombre en el de la empresa a que consagró sus fuerzas.

El Padre Alonso de Zamora da algunos detalles acerca de la fundación de San Faustino y del carácter del capitán, a quien nombra Antonio de los Ríos Jimeno:

«Intentó remediar este daño (el de la constante obstrucción de los indios en la navegación del río Zulia) el capitán Antonio de los Ríos Jimeno, natural de Jerez de la Frontera, y capituló su conquista con el Marqués de Miranda, Presidente de este Reino, que se la concedió con las Capitulaciones ordinarias y premios que se ofrecen a los conquistadores. Diéronle provisiones para que el Gobernador de Mérida y Justicias de Pamplona ayudaran a la empresa. Juntó gente de milicia por todos aquellos contornos, y pidió al Padre Fray Pedro Saldaña, Prior y Vicario General del Convento de Pamplona, que le diese un religioso para Capellán de la Conquista. Y el Padre Fray Luís Salgado, hijo de nuestro Convento de la ciudad de Tunja y Conventual del de Pamplona, deseoso de reducir aquellas naciones a la fe católica, le ofreció el ministerio de Capellán y salió en compañía del capitán y soldados el año de 1648.

«Llegaron a los confines de los Chinatos, a que salieron tan animosos y valientes, que duró ocho años la conquista. Perseveraron obstinados en su defensa, porque les entraba socorro de otras naciones que habían convocado, ocurriendo hasta los Cocinas, aun estando tan apartados que confinan con la laguna de Maracaibo por la parte del Río de la Hacha y Santa Marta. El capitán, sin desistir de su empeño, en que murieron muchos de los primeros soldados del veneno de las flechas y de fríos y de calenturas, enfermedad inevitable entre aquellos montes, con el socorro de nuevas milicias que le entraban de las ciudades circunvecinas, rindió a los más indios Chiflatos y Lobateras, que dieron obediencia a nuestros reyes».
Con esta fundación abatióse y sosegose un poco el espíritu de la indomable tribu, que entonces fue olvidada de nuestros gobernantes, a quienes otras empresas igualmente atrevidas y urgentes reclamaban su actividad y servicios.

Es sólo en el siglo XVIII cuando la conquista de los Motilones es materia de porfiada preocupación para los virreyes. A principios de esta centuria organizose «a cargo de Machín Barrena una expedición contra los Motilones para poner término a sus depredaciones y dar seguridad al comercio. Fue ejecutada en parte esta operación, saliendo al efecto un cuerpo de tropa de cada una de las ciudades de Salazar, San Faustino y Mérida. Faltó el cuarto que debla salir de Ocaña, porque el Gobernador de Santa Marta no le suministró municiones; y a causa de esta omisión, escapáronse por allí los Motilones, perseguidos por las fuerzas de las ciudades referidas, lo cual dejó incompleto el resultado de la expedición».

En tiempo del Virrey Solís (1753) se intentó otra campaña contra los Motilones, bajo la dirección de don Francisco Ugarte, Gobernador de Maracaibo, a cuyos gastos ofreció concurrir la Compañia Guipuzcoana de Caracas; mas no pasó de un simple proyecto: «,. . hasta hoy no ha habido resolución, aunque sobre los daños que causan estos bárbaros se han hecho algunos informes a la Corte. Y en interín está dada la providencia de que en los lugares principales de aquella Provincia (Maracaibo) se hagan, con los esclavos y gente de servicio de los hacendados, las rondas que antiguamente se practicaban Estas mismas rondas están mandadas hacer en el Gobierno de San Faustino, que también sufre graves perjuicios de estos bárbaros, y para ellas se hicieron llevar allí de Maracaibo algunas armas. Al valle de Cúcuta, bajo de ciertas Capitulaciones, también se le ha concedido hacer sus entradas y correrías contra estos mismos indios, y se le han librado todos los auxilios que ha pedido».

Lo que mas exasperaba a los habitantes de estos valles era el que los indios habían tomado ahora la ofensiva, hostilizando a los viajeros y estorbando el comercio entre Maracaibo y San Faustino, aliados con otras parcialidades. Para 1760 escribía el Virrey Messía de la Zerda, sucesor de Solís: «Estos mismos (los Goajiros) comunicándose la Sierra y tierra que poseen con las que ocupa la nación de Indios Motilones, por todo lo que inundan los ríos nombrados Mucuchíes y San Faustino, hasta el valle de Cúcuta, ocasionan graves daños, por ser aquella montaña, llamada Bailadores, tránsito preciso para Barinas, Maracaibo y demás lugares a donde nadie puede trasportarse sin notoria incomodidad, pues tanto navegando el río San Faustino, como atravesando el monte, se requiere la prevención de armas y escolta que resista a los Motilones que suelen asaltar y quitar la vida y haciendas a los pasajeros; embarazando también el cultivo de los cacaos de cuyo fruto es fertilísimo el terreno, sobre cuyo daño se aumenta a Maracaibo el que padece en su distrito e inmediaciones».

Durante la administración del Virrey don Manuel Guirior (1763-1776) se emprendió la reducción de los Motilones bajo bases más firmes y formales. Don Sebastián Guillén, hombre que había vivido entre los indígenas, baquiano experimentado de sus viviendas y gran conocedor de sus costumbres y carácter, se dirigió a Santa Fe, acompañado del P. Capuchino Fray Fidel Rodas, con el designio de alcanzar el apoyo oficial para su empresa. Ya por este tiempo la nómada tribu se manif estaba dispuesta con docilidad a cambiar sus hábitos salvajes por los civilizados; Guillén habló ante el Virrey:

«De las buenas disposiciones de los indios Motilones, que lejos de oponerse apetecían la amistad, deseaban abrazar la verdadera religión y ofrecían poblarse, facilitándoseles los medios conducentes, prometiendo entre tanto no causar hostilidad alguna, como lo verificaron, saliendo frecuentemente de paz a nuestras poblaciones, donde se les ha recibido bien y regalado lo más que apetecen».

Gustó al Virrey la empresa y le dedicó una calurosa protección: acopió fondos para ella, logrando reunir la suma de trece mil pesos, así: ocho mil de la Renta de Salinas de Zipaquirá, tres mil que donaba el Gobierno Eclesiástico de Santa Fe y dos mil que el mismo Virrey ofrecía de su propia renta con loable generosidad. Poco tiempo después se erogaron otros cuatro mil pesos, y todo este ingente caudal fue invertido en la pacificación de los Indios Motilones, que en efecto, alcanzó entonces un éxito verdaderamente asombroso. Se fundaron algunos pueblos, se les enseñó a construir habitaciones y a cultivar con provecho sus plantaciones y sembrados, para lo cual se ayudaban con la distribución de herramientas e instrumentos de labranza. Esta largueza del Fisco, aprobada y celebrada por el Rey en Cédula fechada en Aranjuez a 29 de junio de 1775, es motivo a pensar que en tiempo de la Colonia se fomentaba con buen suceso el progreso del país, no como quieren otros que, al mirar hacia atrás, sólo descubren en su miopía histórica el peso oprobioso de la servidumbre y de la tiranía.

Hay más: el Rey ordenaba en el documento citado que la recaudación de un antiguo impuesto se aplicase en beneficio de la reducción: «. . he resuelto que para proseguir la pacificación, reducción y población de los Indios Motilones, se continúe la exacción de medio real sobre cada millar de cacao que se extraiga de la provincia de Maracaibo». Equivalía dicho impuesto a tres pesos fuertes en oro por cada carga de 240 libras, lo cual ocasionaba un ingreso considerable, atendidas las vastas exportaciones de cacao de la época.

Se le despachó a Guillén alguna tropa de Maracaibo, y diose a la expedición con el título de Capitán Comandante de ella, en compañía de don Alberto Gutiérrez, y de un indio motilón, a quien aquel había atraído al comercio civilizado, que llevaba las funciones de intérprete. Llamábase este indio Sebastián, en recuerdo de su protector y fue halagado con el nombramiento de Capitán, gozando de la asignación correspondiente.
«Con fecha 24 de julio del mismo año (1774) —escribe el Virrey— me dio cuenta el citado Guillén con diario de lo que había practicado, penetrando por las montañas y afianzando la amistad de los indios hasta quedar todos reducidos y concluida la pacificación de la nación motilona con servicio de ambas Majestades, sin restar otra cosa que su reducción a pueblos. La misma noticia acordemente dieron algunos curas, y los dos Cabildos de las dos ciudades de Mérida y la Grita, asegurando el universal beneficio que lograban los vecindarios y traficantes de aquellas provincias, libres de los insultos que antes sufrían y tributando gracias por ello».

Algunos años llevaba ya Guillén en su patriótica empresa, cuando un accidente inesperado, la trágica muerte del Oficial Real de Maracaibo, don José Armesta, cambió las cosas en sentido adverso. Don Sebastián Guillén fue complicado en ese asesinato como aconsejador o instigador de él, y consecuentemente, reducido a prisión.

Ciérrase, pues, con este drama sangriento, la antigua pacificación de los indios Motilones, que en el decurso de poco tiempo, abandonaron los fundados caseríos y recuperaron nuevamente la pompa florestal de sus guaridas.

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