domingo, 4 de diciembre de 2011

Aquellos tiempos. Cúcuta década de 1930


Aquellos tiempos. Cúcuta década de 1930
Tomado del libro CONOZCAMOS A CÚCUTA del Dr. Fernando Vega Pérez, presidente de La Academia de Historia del norte de Santander.
Dr. Mario E. Mejía Díaz 
Academia de Historia del Norte de Santander


Un pequeño esfuerzo en el archivo memorial, que nos situara en los años de la década de 1930, nos permitiría un recuerdo asaz, emotivo y agradable. Para la época Cúcuta era una ciudad que escasamente llegaba a los 60.000 habitantes y se extendía prácticamente desde la Estación Norte del Ferrocarril que daba la salida del tren a Puerto Santander, y la calle 1 8, en donde quedaba el Aire Libre, famosa tienda de comestibles que complementaba su comercio con una peluquería de suficiente clientela. De aquí hacia el norte, seguía un camellón que arrancaba en Puente Barco y terminaba en la Estación Sur del Ferrocarril, para dar la salida al tren que iba a La Donjuana, Totumo, en Bochalema, y llegó hasta El Diamante.
Este Camellón era el recorrido normal del tranvía que de norte a sur atravesaba la ciudad.

Nuestro tren fue el primero en el país. Su Gerente lo fue Don Alfredo Azuero Arenas, su Vicepresidente el Dr. Alberto Camilo Suárez y como Secretario actuó Don Jorge Enrique Barco Maldonado muy conocido por sus anteojos de un espesor tipo botella, que ocultaban su falta del ojo izquierdo, por lo cual le llamaban “El Tuerto”; fue el Padre del ex Presidente Doctor Virgilio Barco Vargas.

De oriente a occidente, el poblado cubría desde Puente Espuma hasta lo que hoy es la Avenida primera, pues de ahí hacia el oriente la calle lO empalmaba con una amplia zona, mitad potrero y mitad edificios, llamado “La Pesa” o “Matadero”, en donde todas las tardes se presenciaba el espectáculo, por cierto muy concurrido, de ver la llegada de los novillos o reses que enlazados y capoteados entraban a los potreros para ser sacrificados al siguiente día, y cuya carne se vendía allí mismo. Hoy está ahí el moderno Edificio de la Lotería de Cúcuta. Después de El Matadero, a una prudente distancia quedaba El Rosetal, hoy Hotel Tonchalá, Estación Oriental del Ferrocarril que daba salida al tren que partía hacia el Puente Internacional antiguo, el construido por los notables ingenieros, Angel Domingo Veroes y Fabio González Tavera a quien conocí muchos años después, corno Profesor en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, ya en la Ciudad Universitaria. De él se cuenta que una tarde le informaron que el Río Táchira había crecido en forma descomunal y sus aguas estaban pasando sobre la plataforma del recién construido puente aún sin inaugurar y que cuando esto supo, tomó un carro pequeño, con motor propio, que tenía en el Ferrocarril para transporte especial de sus altos empleados o para las emergencias y salió veloz para el puente. Efectivamente las aguas no dejaban ver tal plataforma y amenazaban con su furor arrastrarlo, ya que según los vecinos, estaba flaqueando por alguna de sus bases. El doctor se bajó presuroso y dijo: “si las aguas arrastran mi puente, que arrastre también a quien no supo hacerlo”, y sin pensarlo más, se adentró caminando como Moisés, sobre las aguas, a pesar de la oposición de quienes lo acompañaban, la que resultó inútil. Dizque llegó hasta cerca de la mitad y allí permaneció varias horas; empapó sus zapatos, calzones y calzoncillos, perdió sus anteojos, pero quedó como una efigie endurecida y clavada sobre el puente, hasta cuando las aguas debilitadas resolvieron perder la pelea y el ingeniero y el puente quedaron en su sitio.

Era el Cúcuta, tranquilo, apacible, hermoso, fraternal, laborioso, casi ejemplar y honrado hasta la médula. Cómo sería, que sobre el frente de una gran cantidad de casas, en plena calle se abrían como abanicos las llamadas “glorietas” que eran los sitios de descanso crepuscular de las familias que antes de comer salían a reposar, saludar y recibir el saludo de los transeúntes, generalmente conocidos, para pasar un rato más tarde a la mesa de las vitaminas, lo que al suceder ocasionaba dejar los muebles o asientos en la tal glorieta sin pensar, ni por ocurrencia ligera, que pudieran perderse. Y era cierto. Jamás alguien intentaba coger lo ajeno; antes bien, cuando llovía, el primero que pasaba no tenía ninguna dificultad en entrar al zaguán los muebles olvidados para que no se mojaran. Más o menos lo mismo que sucede ahora, con la diferencia que en nuestros tiempos se los llevan tres días antes de que llueva dizque en señal de protección.

Era el Cúcuta del tranvía, el tren que también atravesaba la ciudad y que tenía vagones llamados “mesas” en los cuales se hacían “trasteos”; de las calles empedradas y marcadas con las paralelas líneas de acero y sus correspondientes traviesas; de las alpargatas de suela y de fique; de las “pajillas” y sombreros jipijapa, cuellos de “pajarilla”, ventiladores de aspas de madera traídos de Europa, todavía hay algunos de ellos en servicio; máquinas de hacer helados con recipiente de barril de madera y con manivela, barriles de sifón a alta presión, para paseos al Zulia, al Peralonso y al Pamplonita, a la Quinta Bosch y a Corral de Piedra, gramófonos Víctor y Hudson, con discos que parecían adobes; ventas de “papelones”, “tirulies”, “lechecabras”, “arrastrados”, “cocadas de la cabrera”, mereyes, nísperos maracaiberos, chicha y pastelitos de Doña María (arriba de la Gobernación): helados la Siberia y el famoso “manjarete” que se anunciaba a viva voz por la calle, con el estribillo: “manjarete, manjarete, a centavo el tolete”: zapatos de los maestros, Pelayo. cuya propaganda de “Calzado Pelayo, el placer hecho a mano”, fue censurada y prohíbida; Calzado Sánchez y otros de igual fama; baños al Pozo de El Soldado, de la Piedra, de El ahogado, La Laja, el de San Luís, en el cual los muchachos se tiraban desde la parte más alta de la armadura de acero del puente y que a la usanza de Acapulco, repetían este espectáculo cuando les regalaban un centavo.

El Cúcuta de las tiendas El Circo y la Rosa Blanca, La Estrella, los Telares de Pedro Felipe Lara, la Flecha Roja, la tienda y dulcería el Triángulo Rojo, de Doña María de Gálvis (esquina calle 10 con avenida 4) sitio de tertuliadero muy concurrido por distinguidos caballeros, la Relojería El Sol, El Canario, La Cita; de la Pensión Inglesa, el más lujoso hotel de la época, situado en la Avenida 4a entre calles 11 y 12 donde hoy hay un aparcamiento y desde cuyos balcones hablaron ante gruesas multitudes los Leopardos, José Camacho Carreño y Silvio Villegas, integrantes de un famoso quinteto de la elocuencia oratoria junto con los Doctores Augusto Ramírez Moreno, Eliseo Arango y Joaquín Hidalgo Hermida, el Hotel Europa, el Hotel Palace, Hotel Real, Hotel Internacional, Hotel Central; los Teatros Santander y Guzmán Berti cuyas veladas cinematográficas con películas mudas eran animadas sentimentalmente por las Orquestas de los Maestros Fausto Pérez, Rafuchas, Eusebio y Corcito (Corzo) con melodías que hacían desgranar lágrimas sobre las mejillas sudorosas de las asistentes. La llegada del cine parlante y Sonoro, cuya primera película fue “Rey de Reyes y la segunda “Volando hacia Río de Janeiro” dió el gran “mazazo” a las Orquestas de los Maestros Pérez, Rafuchas, Eusebio y Corcito y acabó con ellas. La destrucción del Teatro Guzmán Berti, fue realmente un atentado a la historia de Cúcuta post - terremoto . En este Teatro, entre otros artistas más, que en él se presentaron, actuó Libertad Lamarque. Y en el Teatro Santander dio un Concierto el mundialmente famoso Coro Ruso de los Cosacos del Don.

Tiempos del Cúcuta de la Iglesia San José, de la iglesia San Antonio, de la Capilla del Hospital, de la Capilla del Asilo, en cada una de las cuales, el Jueves Santo, se celebraba la ceremonia religiosa católica de los Monumentos; de el reloj de La Torre de la Compañía del Alumbrado, hoy la Casa de la Cultura (calle 13 Avenidas 3 y 4) y que al mediodía y al caer la tarde dejaba escuchar, por medio de su complicado mecanismo de campanas, el Himno Nacional y el Ave María, en los días festivos, acontecimiento musical único en Colombia.

El Cúcuta de los paseos de los enamorados en las horas del ocaso, por la carretera y línea del ferrocarril Cúcuta -San Luís, cuyo puente en su primera mitad parecía un viaducto que las gentes transitaban con maestría de equilibrio saltando de traviesa en traviesa. Estos paseos que fueron clásicos en la ciudad, se llamaban “Lunadas”, y reunían notables grupos de la sociedad que los verificaban con frecuencia; del fútbol, de las paradas militares y de las tardes de toreo, en la Plazuela de El Libertador, la cual era cercada y construida con balcones o palcos, para el efecto. Hoy es la plaza del Edificio Nacional inaugurada por el Doctor Eduardo Santos, quien vestido con un espectacular sacoleva y cubilete grises, nunca antes visto en la etiqueta regional, trajo de estreno un lujoso convertible Oldsmovile rojo. La Colonia Italiana, encabezada por el Capitán Gáetano Severini, regaló la Fuente Luminosa de forma esférica que adorna dicha plaza.

De los periódicos El Trabajo, El Combate, El Heraldito Católico, la Hojita Parroquial. Hoy y Sagitario; de los parques Mercedes Ábrego, Antonia Santos, Colón, cuya estatua de La Libertad fue obra del notable escultor de recuerdo no suficientemente agradecido, Don Olinto Marcucci, inaugurado en 1.917; y el Parque Santander, el más grande y hermoso, muy arborizado, iluminado al comienzo por sólo dos bombillas de 2.500 bujías, cada una de las cuales yo conservo desde hace más de 25 años, y que estaba cerrado por una verja metálica muy bella, traída de Alemania. Tenía, también, este parque una glorieta especial para las retretas que daba la Banda Municipal todos los domingos por la noche y que eran muy concurridas por gentes de todas las clases sociales, que daban la vuelta continuamente por los andenes de sus cuatro costados. Esta Banda, daba cada semana en noche determinada, una Retreta en casa del Gobernador de turno.

El centro de la ciudad estaba ocupado por la Casa Beckman, Casa Van Dissel, El Louvre de Don Simón Meléndez, El Conde Luxemburgo de Don Cayetano Hernández, el almacén de Don Agustín Berti, La Casa Tito Abbo, el Café Rialto, Almacén Useche, Botica Ayala, (con su famoso Purgante Inca), Botica Estrada, Botica Alemana, Botica Ruiz, en la que fue empleado Juan Vicente Gómez, posteriormente Generalísimo y Presidente de Venezuela, la cual sigue en su sitio, la Droguería Eslava, la Casa Browell Moller, la tienda de Don Pancho Hevia, la Bomba de gasolina de Roque Abel González y Cañizares, donde hoy está Mara - Maracay y Maracaibo, y la Bomba de la Avenida Segunda; la Sastrería de Don Julio Sánchez, y la Sastrería de Don Avelino Ramos. La Casa Víctor, la Heladería la Siberia. El Club del Comercio, la Casa Cural, la Imprenta Parroquial, el Cine parroquial, la tienda Benhur, la tienda el Circo, de Marcelino Véjar, el Club Deportista, la Cárcel Municipal, Mutuo Auxilio, Asilo Andressen, Colegio Gremios Unidos, Templo Evangélico, Gran Logia Masónica, el Cuartel o Batallón Santander. Y hubo un Hipódromo cii donde los caballeros de Cúcuta se daban cita para exhibir sus destrezas de equitadores y entre los cuales era notable el Doctor Manuel José Cabrera. Ingeniero calificado, lingüista, escritor, políglota y gran caballero.

El Rialto, El Delka, la Cervecería de Cúcuta, la Casa de Mercado, con techo metálico y la cual era muy ordenada y abundante, y ocupaba toda la manzana que hoy tienen las oficinas de las E. E. M. M., que desapareció en pavorosa conflagración en 1.949. De los colegios Sagrado Corazón, cte los Hermanos Cristianos, San José, de Don León García-Herreros, distinguido historiador, pedagogo, escritor, lingüista, académico y gran señor; otro de un notable educador de nombre Don Luís Salas.

Existía desde luego el “desnucadero” (“desnuquin room”), en lenguaje privado que lo era el Barrio La Magdalena, años después trasladado a La insula; su “sucursal era el bailadero King Kong, hoy Convento de Monjas de Clausura. El Cementerio Central. El Cúcuta de Ja Aduana de la avenida séptima cuya estructura metálica, famosa por su tamaño y belleza llegó equivocadamente a la ciudad y sirvió corno símbolo de arquitectura moderna; se dice que su destino era para Calcuta, en la India; hace apenas pocos años (Administración del Alcalde Don Pauselino Camargo) desapareció y no se sabe quién la tiene. Las Librerías de Don Alfonso Rojas, Don Luís Gabriel Castro, Don Luís Uribe Acevedo, Don Manuel V. Hernández. También cabe recordar la Botica Alemana, la Botica Americana de Don Numa Pompilio Guerrero, primer Químico Farmacéutico graduado en la Universidad Nacional. La Farmacia de Don Roque Peñaranda, quien jugaba ajedrez en la puerta de su establecimiento, 7 de las 8 horas de trabajo diario y cuando alguien preguntaba por un medicamento le decía: “entre fíjese silo encuentra”.

Las inundaciones eran conocidas y temidas y hubo ocasiones en las cuales el agua del Río Pamplonita llegó hasta el Parque Colón. Las casas de todo este sector tenían unos parapetos o protecciones a la entrada de sus puertas para evitar la inundación por las aguas. El acueducto era sencillamente la “toma pública” y sus tanques principales estaban en la calle 17 entre 4 y 5, donde hoy está La Opinión. El agua era en el 80% de los casos, una verdadera mazamorra y había oportunidades en las cuales salían lombrices por los grifos.

Las enfermedades parasitarias en niños y adultos eran el fuerte de la consulta de los médicos de la época, que eran los doctores José María Forero Cote, Jesús Mendoza Contreras, Luis E. López, Alberto Durán Durán, Félix Patiño Camargo, Rafael Lamus Girón, Miguel Roberto Gelvis, Félix Enrique Villamizar, Rodolfo Luzardo, Luis Felipe Herrera, Miguel Isaza Restrepo, Carlos Ardua Ordoñez, Pablo E. Casas, Santiago Uribe Franco, Luis U. Lozano, Roberto Gómez Parra, Epaminondas Sánchez, Agustín Becerra, Luis E. Moncada, Wilfrido Ramírez, Carlos Vera Villam izar, Gabriel Gómez, Dario hernández Bautista, Fructuoso Calderón, Fernando Troconis, Alfonso Meisel y los Bacteriólogos Universitarios Luís Humberto Duplat y Jesús Cortes Velandia y también Don José A. Urdaneta, quien fue el primer Laboratorista “práctico”, en Cúcuta. Había dos Puentes principales: El Puente de San Rafael, cuya primera mitad era colgante y en la cual había que pagar, por pasar, 1 centavo por persona. 2 por animal cargado y 5 por vehículo; el otro era el Puente de San Luís, ya referido.

Era esa Cúcuta hermosa y tranquila, trabajadora y honesta y en la cual circulaba como moneda colombiana el Peso llamado “fuerte’, el centavo, los 2 centavos, los 5, los 1 0 y los 20, hoy prácticamente desaparecidos y circulaba, también la “puya”, la ‘locha”, el “medio”, el “real” y el “fuerte” venezolano, a un precio muy por debajo del Peso colombiano. Cuando las consignaciones en los pocos Bancos que había en la ciudad, se hacían casi a la “tapada” y bajo la palabra del depositante. El cajero preguntaba simplemente: “cuanto viene acá”, y la respuesta debía ser exacta a lo entregado, pues el depositante se “exponía” a que al otro día le buscaran y le llamaran la atención. Eran sólo dos Bancos: el “Banco Bogotá”, cuyo Gerente Don Jorge Soto Franco dejaba gran parte de su oficio en manos de Don Carmelo Díaz Acevedo, Secretario Ejecutivo. El otro era el “Banco Colombia”, gerenciado por Don Luciano Jaramillo, General de la “Guerra de los Mil Días”, su Secretario era Don Marco Antonio Muñoz Delgado.

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